Antes que la CIA ordenara a la dictadura boliviana que le amputara las dos manos al Che para que la policía Federal Argentina, confirmara la identidad de Ernesto Guevara. Antes que su cuerpo sea enterrado en una fosa común clandestinamente en Valle Grande. Antes de ser expuesto como trofeo de guerra ante la sociedad boliviana y los medios de prensa. Antes de ser fusilado por un cobarde sargento en el aula de la escuela en La Higuera a las 13:10hs del 9 de octubre de 1967, esa mañana el Che, que había sido capturado el día anterior herido por bala de fusil en su pierna derecha en un combate en la quebrada del Yuro, dialogo con una maestra.

Julia Cortez tenía 19 años, era la maestra del pueblo y había pedido ver al monstruo comunista que robaba y violaba mujeres, eso le habían dicho durante semanas el ejército a la población y que además, “llevaba una coraza y un casco y que era imposible que muera”. La joven docente estaba enojada, quería increparlo, ingresó al aula y encontró a Guevara sentado en un costado de la habitación con una manta que le cubría las piernas una de ellas heridaa. Julia no supo que decir, se quedó mirándolo. Si bien su estado era deplorable se mostraba integro, y desde donde estaba sentado le dijo: “Se saluda”. La maestra se sorprendió y salió rápidamente del lugar.

Más luego Guevara pidió verla y fue llamada por el soldado que custodiaba su lugar de detención.

Sorprendida con el pedido Julia regresó y el Che le preguntó si era ella quien había escrito la palabra ángulo en el pizarrón. La maestra respondió que sí y Guevara le señaló que le faltaba el tilde en la letra a. Luego de un breve intercambio donde él explicó por qué debía ir con acento la palabra, mantuvieron un dialogo que marcó a la docente para siempre:

“Mire, yo lo que tenía ante mis ojos era un hombre pálido, sucio, sentado y herido, pero no entiendo por qué no podía verlo así. Era raro. Con todo eso, era fuerte, firme, atractivo. Empezó a hablarme…” Dijo en una entrevista concedida a la prensa hace un par de años.

– ¿De qué?, le pregunto el periodista.

– Fueron unos diez minutos. Me empezó a contar que él y sus guerrilleros habían venido a Bolivia a luchar por los débiles. Que había llegado el momento de que los pobres vencieran a los ricos. Que nosotros teníamos que luchar… Me hablaba de sus ideales.

– ¿Y qué pensó usted cuando escuchó todo eso?

– Verá, era inteligente, respetuoso, hablaba bien. Decía cosas con mucho sentido. Lo cierto es que me quedaba parada mirándolo. No sé. Por lo que decía y cómo lo decía más que por su aspecto. Pero también por su aspecto. Yo siempre digo que era hermoso, bello. No era un monstruo. Pensé que tenía razón en lo que hablaba.

Julia será la última persona que le preparará y dará su último plato de comida a Guevara, y minutos después de ese último almuerzo será fusilado por el Sargento Terán.

En algo los militares que tanto miedo infundado habían metido a la población para que lxs campesinxs no apoyaran a la guerrilla tenían razón, tal como lo dijo la maestra sobre los dichos de Guevara,”… llevaba una coraza y un casco y que era imposible que muera”.

La mirada del sicario que mato al Che

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Han pasado 50 años de caer herido en combate en la selva boliviana por un disparo de fusil en su pierna derecha, y un día más de ser fusilado en la hoy mítica escuela de la Higuera. Antes de ser abatido por dos ráfagas de metralla, el Che le dijo a su matador: “Sé que estás aquí para matarme. ¡Dispara, cobarde, que sólo vas a matar a un hombre!”, mientras se desgarraba la camisa y le mostraba el pecho a su sicario.

Varias décadas después el Sargento Terán contará como fueron esos últimos momentos: “Cuando me tocó la orden de eliminar al Che, por decisión del alto mando militar boliviano, el miedo se instaló en mi cuerpo como desarmándome por dentro. Comencé a temblar de punta a punta y sentí ganas de orinarme en los pantalones. A ratos, el miedo era tan grande que no atiné sino a pensar en mi familia, en Dios y en la Virgen”. El temor de ese cobarde militar era fundado ya que estaba por asesinar a un revolucionario que junto al pueblo cubano, habían puesto en jaque al imperio. Solo en su segundo intento de fusilarlo pudo cumplirlo y no fue por su estado alcohólico, ni por su baja moral sino porque el Che se lo ordenó.

En su primer intento ni siquiera había logrado apretar el gatillo de su metralla, luego de huir de la habitación donde estaba el Che, en su segundo letal intento, con los ojos cerrados, logró cumplir la orden que de la Casa Blanca le diò al dictador Barrientos. Lo ocurrido aquel 9 de octubre lo recuerda de este modo: “El estampido de los tiros se apoderó de mi mente y el alcohol corría por mis venas. Mi cuerpo temblaba bajo el uniforme verde olivo y mi camisa moteada se impregnó de miedo, sudor y pólvora. Desde entonces han pasado muchos años, pero yo recuerdo el episodio como si fuera ayer. Lo veo al Che con la pinta impresionante, la barba salvaje, la melena ensortijada y los ojos grandes y claros como la inmensidad de su alma”.

Con los años, el Sargento que combatió lleno de odio y desprecio a la vida, a las ideas revolucionarias y comunistas, perderá su vista por una enfermedad de cataratas. Y en esa nebulosa habrá tenido que ver repetidamente a ese inmenso hombre en esas imágenes impresas a fuego cobarde de los últimos momentos del Che.

Pero casi 40 años después de aquellos fogonazos ciegos que pretendieron apagar la llama de la revolución y darle un triunfo provisorio a la oligarquía y terratenientes en Bolivia, las enseñanzas del Che le dará una lección, que la vida no le alcanzará para agradecer.

Hace 10 años, el envejecido sicario volverá a recuperar la visión gracias a una cirugía realizada por médicos cubanos en un hospital donado por la revolución cubana en el programa “Operación Milagro” en Bolivia. Un programa cubano para operar gratuitamente a todas las personas, principalmente humildes en América Latina y que en Bolivia se lleva adelante gracias al gobierno de Evo.
Cuando el diario Granma dio la noticia en Cuba, dijo: “Anciano ya, Terán podrá volver a apreciar los colores del cielo y de la selva, disfrutar la sonrisa de sus nietos y presenciar partidos de fútbol. Pero seguramente jamás será capaz de ver la diferencia entre las ideas que lo llevaron a asesinar a un hombre a sangre fría y las de este hombre”.

No hay dudas, nuevamente el Che derrotó a la muerte.

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Foto; El Che, en su rol de médico atendiendo a un hombre en su campaña guerrillera en Bolivia en 1967.

Texto: @JoseComunicando ★

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