azul rostroAnte el transfemicidio de Azul Montoro este miércoles 18 de octubre en Córdoba, es importante sostener su nombre y contar su historia. También el de Laura, el de Estrella, el de Cindy y tantas otras. Pero no perder de vista que la responsabilidad de sus muertes va mucho más allá del verdugo que ejecutó el castigo disciplinador de la disidencia de la norma cisheteropatriarcal*.

En horas de la tarde de ayer, antes de que fuera apresado el transfemicida, distintas organizaciones convocaron a una concentración en la central de policía. La mayoría de lxs presentes eran mujeres trans o travestis que desde el dolor y la bronca exigían justicia.

Aunque todavía es rápido para afirmarlo, da la impresión de que los mecanismos de impunidad de la (in)justicia machista no pudieron activarse esta vez, ante la alevosía de la violencia que terminó con la vida de Azul Montoro.

Es que hay que entender que las maneras con las que el sistema heteropatriarcal disciplina y castiga los cuerpos trans y travestis van mucho más allá del encubrimiento individual de quien ésta u otras veces empuñaron el arma. Ni siquiera hace falta que el transfemicida tenga poder político o económico o porte algún uniforme, como en otros casos de impunidad, para que el sistema funcione blindando este círculo de violencia que deja libres a quienes descargan su odio matando y recuerda a lxs demás que la transgresión tiene su costo en vidas.

Laura Moyano, Estrella Belén Sanchez, Vanesa Ledesma, para recordar algunos de los nombres sólo en Córdoba, muestran cómo una y otra vez, cuando el odio se descarga, rápidamente los engranajes empiezan a girar: lxs funcionarixs policiales y judiciales actúan a medias, los medios hegemónicos pueden poner titulares como “’Cosen’ a puñaladas a transexual y al perro que cuidaba”. Lxs vecinxs pueden horrorizarse -un rato- y volver a la cotidianidad. Nuestrxs gritos de Ni Una Menos tampoco suenan tan fuerte en las calles.

Los días, las semanas, los meses pasan, y los expedientes juntan tierra en algún estante de los palacios de (in)justicia. El dolor también se acumula.

Azul

Azul tenía 26 años. Había nacido en Villa Mercedes, San Luis, y desde hacía varios años vivía en Córdoba. Su amiga Gabriela la recuerda como una buena persona y compañera, que “también salía a hacer marchas por otras compañeras que también las mataron”. Paola es otra mujer trans, integrante de AMMAR, y dice “yo sólo quiero que se haga justicia por mi amiga, que me la sacaron de las manos”. Paola no puede hablar de Azul, se le hace un nudo en la garganta.

No es un transfemicidio aislado, es el resultado de un sistema expulsivo”

En las inmediaciones de la central de policía estuvieron presentes también integrantes de diversas organizaciones, entre ellas, Celeste Giacchetto, titular de ATTTA, y Kitty, otra de sus integrantes. Celeste plantea con claridad que el de Azul no se trata de un transfemicidio aislado, sino que “es el resultado de todo un sistema expulsivo particularmente con las mujeres trans. Por eso también nuestra bronca. Es el resultado máximo de la negación del Estado en carácter de derechos, que nos sigue obligando a ejercer el trabajo sexual como única opción de supervivencia sin ninguna garantía de nuestra vida al ejercerlo sin protección, a merced de cualquiera, como le sucedió a Azul”.

Entre los derechos que niega el Estado, continúa, “la justicia es uno de los derechos que faltan, el acceso a la justicia. Nuestros crímenes quedan impunes, está el caso de Laura Moyano, el de Estrella Sanchez, Vanesa Ledesma y una larga lista de mujeres trans brutalmente asesinadas sin resolución”.

Por su lado, Kitty lamenta “Yo pienso que deberíamos ser más, nosotras necesitamos que las chicas del Ni Una Menos nos hubiesen acompañado, así como nosotras acompañamos esas luchas y en los femicidios. Hoy esto debería estar colmado (…) Ojalá que este caso se resuelva rápido y el asesino esté tras las rejas como tiene que ser. Y que no sea un caso más que quede impune en la sociedad. Los políticos de turno deberían darnos la inclusión laboral para que las mujeres trans y los hombres trans tuvieran otras oportunidades de vida”.

Una vez más, ante la violencia machista y heteronormativa, sostenemos que justicia es que no vuelva a pasar.

(*) Hablamos de cisheteropatriarcado para señalar el sistema de dominación sexo-género que establece el entramado de jerarquías de varones sobre mujeres, personas heterosexuales sobre homosexuales y cisgénero sobre transgénero.