Por Córdoba Originaria / En el año 1774, antes del levantamiento de Tupac Amaru y de la Declaración de Independencia ocurrió una inédita sublevación contra el colonialismo español. La rebeldía se sembró en la actual región serrana de la provincia de Córdoba.
A lo largo de más de 500 años, los relatos oficiales se encargaron de ocultar las resistencias de los pueblos en América como así también las denuncias contra las atrocidades perpetuadas primero por las y los invasores europeos y luego por los estados liberales modernos.
Desde su fundación en el año 1573, Córdoba fue el escenario de disputas por parte de las y los conquistadores para someter a los pueblos, empadronarlos para el repartimiento y apropiarse de sus tierras. Sin embargo, las luchas por la emancipación no se hicieron esperar.
En el año 1574 hubo levantamientos de las y los comechingones “calamineguas” de la región de Ongamira. También se suceden en Luyaba y Camin Cosquin. Posteriormente se sumarían las luchas en Ischilín, San Marcos Sierra, Pueblo La Toma, entre otras. De estas últimas participaron indígenas, afros, campesinos y criollos contra los estados modernos y sus gobiernos.
La lista continúa, pero hubo uno que se destaca por su potencia colectiva y por la conquista obtenida.
En el año 1774, en los rincones de Traslasierra y en tiempos del Virreinato del Perú, un grupo de 300 comuneros y comuneras lograron que las autoridades coloniales firmaran el 28 de abril de ese año un documento jurídico libertario. Ese petitorio, denominado “Pacto de los Chañares”, reconocía a las y los habitantes de las localidades de Villa de Pocho, Salsacate, Taninga y Las Palmas, la libertad de elegir a sus propias autoridades sin la gobernación de ningún europeo. A su vez, el movimiento solicitaba la expulsión de los maestre de campo y del juez pedáneo y en caso de posibles represalias exigían que no se culpe a ningún comunero o comunera individualmente. La revolución se autodenominó como “El Común”.
De esta manera, la rebelión en Traslasierra es un antecedente a otros grandes levantamientos de nuestra América profunda como la conocida “Gran Rebelión” de 1781 del líder indígena Túpac Amaru.
“La particularidad del levantamiento es que en las reivindicaciones se pedía, lisa y claramente, la expulsión de las autoridades regionales y no ser gobernados por ningún otro europeo”, explicó Isabel Lagger.
Lagger es escritora y autora de la obra Territorio de Conquista, una novela que aborda los hechos que tuvieron lugar en Villa de Pocho. La autora dedicó gran parte de su vida a investigar sobre el movimiento retomando la obra Historia del Valle de Traslasierra de Víctor Barrionuevo Imposti. “En realidad, la rebelión comienza el 3 de abril de 1774. Allí se produce un alzamiento comunero en torno a la capilla de Villa de Pocho a instancias del Maestre de Campo José de Isasa, la autoridad máxima junto al Juez Pedáneo José de Tordesillas”, explica.
-¿Por qué se produce el levantamiento?
–En primer lugar, las y los comuneros vivían bajo condiciones de esclavitud, los tratos que recibían eran atroces. No se les permitía hacer ningún tipo de reclamo porque eran duramente castigados, principalmente por el Juez Tordesillas. Soportaban condiciones terribles de trabajo, sólo eran dueños y dueñas de muy pequeñas parcelas de tierra, les quitaban gran parte de lo que producían y lo peor es que las mujeres y niñas eran violadas sistemáticamente.
Sin embargo, a pesar del sometimiento y las reivindicaciones del petitorio, Isabel nos cuenta que el movimiento de las y los insurgentes de Traslasierra se inició por el enojo que mantuvo, en un primer momento, Isasa con el Obispado de Córdoba. “El Maestre de Campo se enoja con el obispado porque le cambian el cura párroco sin su consentimiento. Entonces, Isasa le cuenta a las y los comuneros que como pueblo tienen derecho a reclamar. Les habla de la idea de ‘El Común’. Pero cuando El Maestre notifica al obispado que no aceptan la nueva designación, desde Córdoba responden con un Provisor del Obispado que amenaza con llevar el caso ante el Santo Oficio, el tribunal de la Inquisición y todos sabemos lo brutal que era ese tribunal.
-¿Cuál es la decisión que toma entonces Isasa y lxs comunerxs?
– Isasa entiende que su enojo había sido exagerado y decide dar marcha atrás. Sin embargo, las y los comuneros se encontraban fortalecidos por el empoderamiento recibido y preguntan a Isasa si es parte de El Común, y él les responde que no. Ofuscados entonces lo toman prisionero y lo llevan a San Luis de la Punta. La misma suerte corre el juez Torrecillas, que se encontraba en la localidad de Las Palmas.
Para entonces, las noticias no tardan en llegar a la Córdoba del Tucumán. Las autoridades de la corona consideran inaceptable el levantamiento. El gobernador, José Martínez, decide designar de mediador al comisionado Juan Tiburcio Ordoñez para que “apacigüe” los ánimos y evitar así que la rebelión se propague por los territorios.
Ordoñez acampa en la Ciénaga y allí convoca a lxs rebeldes para parlamentar. Los comuneros Basilio Quevedo y Eugenio Heredia asisten y le explican sobre los sometimientos, las vejaciones y las violaciones. Además, los referentes le informan sobre un amplio petitorio y Ordoñez acepta ir a la capilla de Pocho para escuchar la voz colectiva.
El petitorio de El Común comprendía ocho reivindicaciones: 1) que Isasa y Tordesillas sean quitados de sus cargos y expulsados del valle; 2) que no gobierne la región ningún maestre de campo ni juez pedáneo; 3) que no quieren ser más gobernados por europeos; 4) que Basilio Quevedo será transitoriamente líder del grupo hasta que éste decida su recambio; 5) que los capitanes podrán nombrar a sus colaboradores; 6) que se les entreguen las armas que fueran pagadas en su momento al maestre de campo Isasa; 7) el mayor Moreno (traidor del movimiento) no tenga cargo alguno; 8) que no se culpe a ninguna persona individualmente sino al común por las molestias que puedan haber causado.
A partir de esta reunión, el 28 de abril de 1774, se firma el “Pacto de los Chañares”. El comisionado Ordoñez en representación de los tres poderes (la Iglesia, la Milicia y el Cabildo) decide aceptar las exigencias de lxs comunerxs.
Sin embargo, las autoridades del Cabildo de Córdoba estallan de furia al enterarse del acuerdo firmado por Ordoñez. La corona no podía permitir que se les reconozcan derechos a personas que según el poder colonial eran “inferiores”. Por estas razones, el Cabildo decide enviar al coronel Acosta junto a sus tropas para “reacomodar” la situación a través de las armas y detener a las y los insurgentes.
Al llegar a la localidad de Panaholma, el coronel ordena a los comuneros organizados a presentarse uno por uno. El Común se niega por ser un colectivo y responde “o va el grupo o no va ninguno”. Acosta insiste con su orden, amenazándolos a que si no lo hacen a su manera serán castigados con la muerte.
“Finalmente el Común se da cuenta que los intermediarios no servían para nada porque nadie entendía lo que estaban viviendo. Basilio Quevedo propone bajar a Córdoba y hablar directamente con las autoridades. 16 comuneros y comuneras deciden viajar, se dividen en grupos y comienza la travesía hacia el Cabildo. Un grupo es interceptado por Acosta y enviado a la frontera pero logran escaparse y se unen al otro grupo. Buscaban justicia, no perdón”, dice Isabel.
Mientras continuaban su marcha, un chasque del coronel Acosta se adelanta con el propósito de difundir miedo entre los habitantes y las autoridades de Córdoba. De esta manera se genera un pánico generalizado y el gobernador Martínez decide apresarlos en la zona conocida como La Tablada.
Al llegar a la localidad de Copina, las y los comuneros son interceptados por el vicario del Obispado, Pedro José Gutiérrez, y ante su promesa de protección el grupo entrega las armas. Sin embargo, terminan prisioneros y en la entrada de la ciudad el gobernador decide trasladarlos a un salón de los jesuitas para luego terminar en las celdas del cabildo.
-¿Cuál es la suerte de las y los insurgentes?
-En Córdoba se les realiza un proceso absurdo, se burlan de ellos y son completamente denigrados. En el juicio, Quevedo pretende exponer sobre las injusticias atroces que vivían. Denuncia los trabajos inhumanos, pero nadie quiere escucharlo. Las y los 16 comuneros quedan detenidos y olvidados. En las celdas se los reduce anímicamente y a un terrible estado de piel y hueso. Mientras, en Villa de Pocho, Isasa y Tordesillas son repuestos en sus cargos y las represalias fueron feroces. Sin embargo, en 1775 al ver el estado crítico en el que se encontraban, el doctor Dalmacio Vélez decide iniciar su defensa y logra que sean liberados. Les permiten volver a sus tierras.
La insurrección de las y los rebeldes es, por un lado, un símbolo de la lucha por la libertad y la justicia, y por otra, un aprendizaje de la fuerza de lo colectivo. La organización tuvo su autonomía y estuvo protagonizada por los oprimidos y oprimidas que la historia ha querido que olvidemos.
Lograron, aunque por poco tiempo, que los europeos firmaran un documento prerrevolucionario donde reconocían derechos. Sin embargo, el discurso del poder mantiene aún a la rebelión casi en el olvido y en la indiferencia de la mayoría de los cordobeses.
Seis años más tarde, en Perú, Túpac Amaru prepararía el levantamiento indígena, negro y popular más importante de la historia de nuestro continente.